Todo lo que debes saber sobre el Malecón Habanero
sábado, 1 de agosto de 2020
No se concibe La Habana sin la Rampa, la Escalinata Universitaria, la Plaza de la Revolución ni la heladería Coppelia. Tampoco se concibe sin el Malecón Habanero, el sitio más cosmopolita de la urbe. Tanta importancia se le da, que ese nombre genérico y que es sinónimo de dique, adquiere aquí categoría de nombre propio y se escribe con letra inicial mayúscula.
La avenida que así llamamos bordea a lo largo de ocho kilómetros el litoral de la capital cubana. Sobre todo las noches veraniegas la familia, los niños, hombres y mujeres de todas las edades van allí por lo que también se le ha conocido como “El sofá de La Habana”. Esta vida, asociada a la línea gris que separa a la ciudad de la circunstancia del agua por todas partes, se ha mantenido a lo largo del tiempo a pesar de los cambios que cada época trae consigo.
Un muro que corre de este a oeste y se extiende entre dos fortalezas coloniales: el castillo de La Punta, al comienzo del Paseo del Prado, y el castillito de La Chorrera, a la vera de la desembocadura del río Almendares. Del lado de acá, la ciudad vieja y nueva, con algunos de sus mejores hoteles, monumentos y parques; del otro lado, el mar abierto, azul, sencillo y democrático.
Una transitada avenida lo bordea de extremo a extremo y cada uno de sus cuatro tramos tiene un nombre que lo identifica. Pero para cualquier habanero que se respete, la costanera, a pesar de sus tramos, no tiene más nombre que Malecón y que se convierte durante los carnavales habaneros en la pista de baile más grande del mundo.
Primero fueron los baños y después el Malecón Habanero
“Una costa rocosa, llena de inmundicias, con un sin número de zanjas abiertas en las rocas que partiendo de los fondos destartalados de las casas de la calle San Lázaro vertían sus excretas al mar, y cloacas abiertas que desembocaban por el centro de las calles transversales; añádanse depósitos de materiales, barracones de madera pomposamente llamados baños». Así describe el ingeniero y arquitecto Eduardo Tella en la “Revista de la Sociedad Cubana de Ingenieros”, la zona del litoral habanero antes de construirse el Malecón.
Y ese era realmente el aspecto en los tiempos de la colonia de lo después sería la “Avenida de Antonio Maceo”, originalmente “Avenida del Golfo” y conocida, por todos, como el Malecón de La Habana.
La historia del Malecón o “Avenida de Antonio Maceo”, nombre casi desconocido para muchos cubanos comenzó en 1819, cuando se puso en práctica el llamado “ensanche de extramuros”, La ciudad estaba creciendo y el espacio costero que iba desde la entrada de la bahía hasta el Torreón de San Lázaro, era solo un espacio abierto de roca y mar, hermoso pero sin otra señal que lo inhóspito del lugar. Allí iban algunas familias a tomar baños de mar en esos “barracones de madera pomposamente llamados baños».
La gente se bañaba entonces en lo que se llamaban pocetas de ahogado, que se aprovechaban de la disposición de las rocas o se cavaban artificialmente en estas. Las había pequeñas, con locales reservados para la familia, y otras muy amplias, en las que se bañaban, por separado, hombres y mujeres. Todos estos baños de mar, desaparecieron con la urbanización de la ciudad y la construcción del Malecón. Pero, por suerte, no tenemos que sentir la pérdida de estos baños, porque en su lugar tenemos un malecón inigualable del cual nos sentimos orgullosos.
La primera etapa constructiva del Malecón
Desde la Punta hasta la Calle 23 (1901 – 1921)
El Malecón comenzó a construirse el 6 de mayo de 1901, en tiempos de la intervención militar norteamericana. Al cesar esta e instaurarse la República, el 20 de mayo de 1902, la obra llegaba a la esquina con la calle Crespo. Esto es, había recorrido un tramo de 500 metros.
A causa de la irregularidad de los arrecifes, los cimientos del muro presentaron muchas dificultades en ese primer tramo, precisa Juan de las Cuevas, historiador de la Construcción.
El proyecto norteamericano contemplaba la presencia de árboles y farolas en el muro, pero la idea fue desechada al llegar la temporada invernal y entrar el primer ciclón.
La obra continuó su curso. En 1909 llegaba a Belascoáin, donde abrió sus puertas el café Vista Alegre. Siete años después se extendía hasta el torreón de San Lázaro, para lo que se impuso rellenar la caleta del mismo nombre —frente al actual hospital Almejeiras— que tenía 93 metros de ancho en la boca y 5,5 metros de profundidad.
Los edificios de esta primera zona casi todos se construyeron desde finales del siglo XIX y principios del siglo XX lo que trajo como consecuencia que algunos edificios se empezaran a construir ya con hormigón armado. Pero para la mezcla, por la cercanía, se utilizó arena de mar; esta tenía tal cantidad de salinidad sumado a su cercanía al mar que trajo como consecuencia que el salitre que llegaba con el viento la convirtiera en una de las zonas más afectadas y deterioradas de la ciudad desde sus inicios.
En el huracán del 9 de septiembre de 1919 —el llamado ciclón del Balvanera— el mar levantó en peso ese tramo y arrojó enormes trozos de hormigón tierra adentro a bastante distancia que ocasionaron daños e inundaciones nunca vistas ni recordadas por lo que la población y no pocos ingenieros achacaran los destrozos a la construcción del Malecón.
A partir de 1921 la obra avanzó hasta la Avenida 23, pero habría que esperar un par de años para que se reconstruyera el tramo frente a la caleta. La obra, al pasar frente al promontorio de la batería de Santa Clara —Hotel Nacional— hasta la calle O, exigía separar el muro unos 30 metros del litoral y rellenar un área de más de 100 000 metros cuadrados, con vistas a la construcción del monumento al acorazado Maine.
Segunda etapa
Desde la Punta hacia el sur (1926 – 1929)
Los estudios para prolongar el Malecón hasta la desembocadura del río Almendares datan de 1914. Extenderlo hacia el sur, desde el castillo de La Punta hasta la Capitanía del Puerto, fue una idea que surgió en 1921. Esta avenida se uniría con el tramo del Malecón ya construido y daría un fácil acceso al puerto desde el Vedado.
El proyecto comprendía ganarle 111 000 metros cuadrados al mar, de los cuales gran parte se destinarían a parques y soluciones viales. Las obras del muro, sin el relleno, las obtuvo en subasta la firma de contratistas de Arellano y Mendoza a un costo de 2 101 000 pesos y se calcula que el relleno costó otro millón de pesos adicionales.
Para realizar la obra se colocaron a lo largo de la línea donde se construiría el muro dos hileras de tablestacas de hormigón armado; también se hincaron pilotes en profusión cada 2,50 metros. Sobre las tablestacas y los pilotes se corrieron arquitrabes de hormigón armado. El muro se realizó a base de unos grandes bloques huecos de hormigón armado, prefabricados en una planta que hicieron al efecto los contratistas en la Ensenada de Guanabacoa.
Estos bloques, aunque de dimensiones variables, tenían como promedio cinco por cuatro metros de área y dos metros de altura y descansaban sobre un fondo preparado con una base de hormigón y después se rellenaban también con hormigón, dejando fuera las cabillas que se empataban con todo el muro fundido a lo largo de la línea de los bloques.
Precisa Juan de las Cuevas que en este tramo se gastaron 17 000 toneladas de cemento Portland, 22 000 metros cúbicos de arena, 45 000 metros cúbicos de piedra picada, 35 000 metros cúbicos de rajón, 4 200 toneladas de barras de acero, 295 toneladas de vigas de acero y un millón de pies de madera. La obra se comenzó en marzo de 1926 y se terminó en 1929.
Para hacerla posible hubo, en un comienzo, que demoler la glorieta de Prado y Malecón, frente a La Punta, donde la Banda Municipal de Conciertos amenizaba las retretas. Obstaculizaba el tráfico hacia el puerto. Esa glorieta, decía el arquitecto Bay Sevilla, fue la primera obra de hormigón armado, esto es con cabillas, que se realizó en Cuba.
Tercera etapa y final
Desde la calle 23 hasta el Rio Almendares (1929 – 1959)
El general Gerardo Machado y Carlos Miguel de Céspedes, su inquieto ministro de Obras Públicas, extendieron el Malecón hasta la calle G. Precisamente en G y Malecón quería Céspedes, en un acto de guataquería insuperable, erigir un monumento a Machado, pero él fue derrocado antes y él, su ministro y otros funcionarios de su régimen tuvieron que salir de Cuba.
El general Fulgencio Batista, alrededor de 1955 adelantó el Malecón hasta la calle Paseo. Pero allí se interpuso el Palacio de Convenciones y Deportes, situado donde hoy se encuentra la Fuente de la Juventud, frente al hotel Havana Riviera. Desde 1950 se hablaba de prolongar el Malecón hasta el nivel de la calle 12, en el Vedado. A través de un puente colgante gigante, enlazaría con la Avenida Primera de Miramar. Cerca de allí se construyó después el Hotel Rosita de Hornedo, hoy Hotel Sierra Maestra.
En esa época, al oeste del Palacio de Convenciones y Deportes no se había trazado el Malecón ni existían en el área viviendas u otras edificaciones. Pero la construcción del túnel de Calzada, bajo el río Almendares, en 1958, determinó que el Malecón enlazara con esa vía subterránea que terminaría uniéndolo, ya en 1959, con la Quinta Avenida.
Curiosidades del Malecón Habanero
Frente al Castillo de la Punta, en la esquina del Malecón y el Paseo del Prado, se construyó también por los norteamericanos una glorieta para la Banda Municipal, que amenizaba con música las retretas. En 1926 tuvo que demolerse por obstaculizar el tránsito al continuarse el Malecón hacia el puerto. Esta glorieta tuvo importancia desde el punto de vista constructivo, debido a que fue la primera obra realizada de hormigón armado (con cabillas) en Cuba.
En la esquina de Malecón y Prado se construyó, a principios de siglo, un hotel exclusivo llamado Miramar. Allí, por primera vez los camareros vistieron de smoking, chaleco con botonadura dorada y sin bigotes. Fue proyectado por el arquitecto «Pepe» Toraya. Según el arquitecto e historiador Luis Bay Sevilla, estuvo de moda en los primeros quince años de la República. Por cierto, era el hotel más caro de su época, porque el hospedaje diario tenía un costo de 10 dólares la noche.
En el año 1874 el ingeniero Francisco de Albear y Lara, mismo que fuera artífice del famoso acueducto que hoy lleva su nombre, presentó un proyecto para realizar algo parecido a un malecón en esta misma zona. Se concibió una formulación compleja y acertada de lo que debía ser la obra, más allá de un simple paseo. Todo el proyecto costaría 850 mil pesos de la época. Pero el gobierno español no se animó a soltar prenda a la administración municipal habanera. La propuesta de Albear durmió un largo sueño.
Todos y cada una de las prolongaciones del Malecón llevaban implícito cambios en los fabulosos proyectos. Todos los cuales finalmente terminaban en ese muro pelado, largo y amado de los que vivimos en esta ciudad. Un chistoso definió una vez al Malecón Habanero como “el banco más largo del mundo”.
Antes de que el Malecón existiera, las casas que se edificaban en la acera de los pares de la calzada de San Lázaro se levantaban sobre pilares. Contaban con una especie de sótano abierto solo por el fondo, que devolvía las olas.
Frente al Hotel Riviera, mirando hacia abajo, al arrecife, en el mismo borde interior del muro del Malecón, muchos no reparan que existen unas grandes terrazas artificiales en forma de escalones. Estas serían dedicadas al anclaje y desembarco de clientes que visitaran el hotel en sus yates privados para disfrutar de su casino. Nunca se terminaron ni llegaron a usarse.
La cantidad de hormigón que se usó a lo largo de la vía para rellenar el espacio que el Malecón le robó al mar fue tan grande que se perdió la cuenta. Sumado a esto la cantidad de piedras vertidas sobre el lecho del mar para flanquear su profundidad. Los grandes bloques que se rellenaron con la mezcla, y que se encuentran debajo del muro, eran de tal tamaño, que los arquitectos los llamaban bloques monstruos.
Si has visitado el Malecón debes haber notado que en la entrada de la Bahía de La Habana existen unos grandes bloques en el agua. Por el paso de los años los se han igualado a la roca que los rodea. Así parecía como que eran parte natural de la zona. Pues para nada, estos bloques se colocaron en el año 1928 y formaban parte de un sistema de rompeolas que tuvo hasta 10 de ellos. Así se evitaba que en esta zona, baja y desprovista de arrecifes, las olas chocaran directamente con la parte interior del muro. Ahora solo se notan 4 de ellos. El «cambio climático”, que muchos niegan, ha provocado que el nivel del mar al aumentar los dejara sumergidos.
Uno de los edificios más famosos que existe en el Malecón es el llamado Edificio de los Ataúdes. La leyenda cuenta que el dueño, quien mando a construirlo y diseñarlo, tenía una hija de 15 años. La chica en un trágico evento se ahogó en el mar, frente al área donde hoy está la edificación. Fue tanto su dolor y tanta su tristeza que mando a construir un edificio con balcones en formar de ataúd, que suman 14, y olas creadas con mosaicos. ¿Pero porque 14 balcones si la hija tenía 15 años? Preguntan muchos. El detalle esta que en la parte superior del edificio, y que no se logra ver desde la calle, el tanque de agua en la parte superior también tiene forma de un ataúd gigante.
Quizás algunos no recuerden, o no sepan, que el primer Palacio de Deportes que hubo en La Habana, estaba ubicado el Malecón. Exactamente donde actualmente se encuentra la “Fuente de la Juventud”, frente al Hotel Riviera. Allí se podía disfrutar de los famosos circos “Ringling Brothers” o “King American Circus”. Además hubo algunos grandes espectáculos de patinaje sobre hielo, porque también disponía de esa posibilidad. Construirlo allí fue una falta total de perspectiva del desarrollo urbanístico de La Habana. En 1955 bajo la presidencia del mismo Batista, tuvo que demolerse para continuar el malecón desde G hasta la calle 8 del Vedado.
¿Sabías que en los primeros años de la década del 60 del siglo pasado se instaló en el Malecón habanero, donde está la intersección de la avenida con la calle 23, una torre de perforación de petróleo y que estuvo allí por unos meses pero al no encontrar nada la desmantelaron? ¿Te imaginas que hubiese algo de oro negro debajo? Pues, de seguro hoy no tendríamos malecón.
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Escrito por | Redacción TodoCuba
Fuente: Memorias y Acontecer Cubano
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