Mataperros, el verdugo más célebre en la historia de Cuba
viernes, 18 de septiembre de 2020
Un verdugo célebre en Cuba fue José María Peraza a quien apodaron el Mataperros. Ejerció su funesta profesión en la Villa de Trinidad. En 1767 lo condenaron a morir en la horca, por haber asesinado a su mujer a cuchilladas. Pero en Trinidad no había por entonces un «Ministro ejecutor», así que su sentencia no podía ser cumplida. Tampoco la de otro reo en la prisión de la ciudad. Se pidió a Santa Clara que enviaran el que ejercía en esa población, pero para fortuna de José María el hombre murió durante el viaje.
Peraza propuso, a cambio de salvar la vida, que el mismo desempeñaría el cargo de verdugo. Así, con su antiguo compañero de prisión, inició un siniestro rosario de ejecuciones.
Luego de ganar cierta fama como verdugo fue nombrado Ministro ejecutor de la ley. Este era un gran nombramiento y así, Peraza comenzó a ser el brazo de la justicia para eliminar delincuentes. Era el apogeo del bandolerismo. Se dice que, en una ocasión, hasta mató un chino que no se defendió adecuadamente con el juez. José María llegó a coger una triste fama por su gran habilidad con la soga. Adquirió una destreza poco común en su profesión.
Las tretas del verdugo
De Peraza se cuenta que no era raro que una vez que lanzaba del tablado al reo, se trepaba a la horca y bajaba por la soga hasta quedar a horcajadas en los hombros del ajusticiado. Entonces le propinaba patadas en el pecho para acelerar su muerte. Un día, mientras realizaba esta maniobra, la soga se rompió. Reo y verdugo quedaron confundidos en un macabro abrazo, pero hombre estaba aún vivo. No faltó quien gritara ¡Milagro! y la pena fue conmutada.
Hubo algunas épocas en las cuales los «clientes» de Peraza podían hacer una fila. En otras épocas el hombre no tenía mucho trabajo.
La remuneración de José María Peraza era de 125 pesetas por cada ejecución. Se las arrojaban sobre el tablado. El hombre las recogía y luego agradecía al público. Se cuenta que nunca utilizó ese dinero para sus propias necesidades. El verdugo lo repartía como entre los pobres como limosna y mandaba a decir misas por la salvación del alma de los ajusticiados ¡Cómo había cambiado José María!.
El viejo Mataperros
Tras unos veinte años en este peculiar oficio, se le dio el trabajo de Mataperros municipal, de allí su apodo. Se le complicó el trabajo, pero le pusieron un ayudante. Su destreza como verdugo la usaba para evitar hacer sufrir inútilmente a los animales. Algunas veces la cosa se ponía fatal y los perros lo mordían. Pero ya su espíritu no sufría de remordimientos por los ahorcamientos. La remuneración no era tan buena como siendo verdugo, pero de algo le servía.
En esa época cuando los niños se ponían majaderos y no lograban que hicieran caso, sus madres les decían: «Ahí viene el Mataperros», y los muchachos se tranquilizaban.
Peraza vivía en un bohío fuera de la ciudad. Sembraba sus alimentos y algún que otro vecino le llevaba un poco de comida. Al envejecer vivió de la caridad pública, en soledad con sus recuerdos. Las mujeres de Trinidad llevaban sus limosnas hasta la choza de Peraza, pero se volvían de espaldas al acercarse a la cesta que Mataperros tenía dispuesta para recibir las dádivas, para no ver la cara del antiguo verdugo.
Mataperros murió a los 103 años de edad, en 1847. Había nacido en 1744. Pese a su funesta trayectoria fue una gran persona, que daba lo poco que tenía a quienes lo necesitaran.
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Escrito por | Redacción TodoCuba
Fuente: Cuba Cute / Archivo TodoCuba
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