Los boticarios, el olvidado oficio que el tiempo borró
jueves, 3 de octubre de 2019
Es muy común en la actualidad percibir el maltrato de las personas que ofrecen un servicio al público. Hoy la atención es un desastre, no hay humanidad en este nuevo mundo. Tenemos que acostumbrarnos a que los tipos de personas que realizaban un oficio antiguamente, van desapareciendo; muy pocos han sobrevivido a los cambios de una sociedad materialista y de consumo. Entre ellos, los boticarios.
Los boticarios se encargaban de mezclar, investigar y despachar
Las farmacias antiguamente eran llamadas boticas y además de despachar los medicamentos también eran donde se creaban. Eran los boticarios los que se encargaban de mezclar, investigar y despachar. Además – y más importante – lo hacían con un trato excelente a los clientes, garantizando de esta manera que los ellos volvieran.
Fuera de la pared del edificio donde se encontraban las boticas, era normal que hubiese una luz roja durante las noches. Esta anunciaba que era esa, en específico, la que estaba de guardia.
Generalmente, en ellas tenían grandes escaparates llenos de botellas de líquidos de diversos colores: verde, amarillo, azul, blanco. Asimismo, contaban con potes de pomada y polvos, medicinas, hiervas y raíces para cocimientos. El farmacéutico, si o si, tenía que conocer el uso de las plantas, y las clasificaba según su utilidad. Entre otras cosas, utilizaban mucha miel de abeja, que era parte importante para su trabajo.
Los boticarios también contaban con una camilla vieja -aunque limpia- donde podían atender a los enfermos. Esta última se encontraba en un lugar apartado.
Curiosamente, hoy por hoy, algunas de estas «farmacias antiguas» se convirtieron en famosos establecimientos. Ustedes se preguntarán, ¿por qué? Esto se debe, en primer lugar, a los productos de los cuales disponían. Además, usualmente contaban con instalaciones muy bonitas y con instrumentos increíbles.
Esta es solo una pequeña parte de lo que es la historia de la farmacia en la mayor de las Antillas.
El boticario Isidro Pujol
El bloguero René León cuenta la historia de Isidro Pujol, un hombre del Puerto de Casilda, en la costa Sur de Cuba, que no descansaba. Pujol siempre se encontraba sirviendo a la comunidad. «Si la vida de alguien peligraba, él lo atendía hasta el último momento y luego de certificar su muerte esperaba por el médico para que diera el certificado de defunción».
Cuando venía la hora del pago, muchas veces sus servicios eran remunerados con comida o con lo que le podían pagar. El joven aceptaba lo que la gente pudiese darle, sin dejar de atenderlos o ofrecer su ayuda. Era un hombre sencillo, y cuando tenía que atender algún vecino alejado, iba en un caballo ya viejo y cansado que tenía. Luego de que el caballo falleciera, se hizo de una bicicleta en la que andaba por todos los alrededores.
Cuando los recuerdos regresan a las memorias de aquellos que vivieron otros tiempos y que conocieron otros modales y otros tratos en su vida pasada, pues se sienten nostálgicos y melancólicos. Junto al desarrollo humano se va transformando el mundo, y mientras las jóvenes generaciones observan dicha transformación con alegría hay otros que la siguen, mientras reconstruyen cuarenta años de recuerdos.
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Escrito por | Redacción TodoCuba
Fuente: Blog Pensamiento
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