Dalia Soto del Valle: la primera dama cubana que nunca lo fue
martes, 11 de septiembre de 2018
La bautizaron como Dalia Soto del Valle, hija de Fernando Soto un hacendado de la provincia de Trinidad en Cienfuegos. La rubia se dedicó desde jovencita a la docencia y fue en ese momento que se le atravesó en el camino aquel hombre al que todos le tenían respeto y que le hacían caravanas de bienvenidas después que en 1959 derrocara con un ejército pobre el imperio de Fulgencio Batista. Fidel Castro Ruz llegó a Cienfuegos a dar uno de sus primeros discursos de la campaña de alfabetización que llevaba como consigna su gobierno de ni un solo analfabeta en la isla. Después de descansar en el aplauso, él de 36 años pudo ver entre la muchedumbre a una niña de 17 años, que sobresalía sobre la pueblada. Ella deslumbrada con la elocuencia de aquel hípster vestido de militar, no pudo dejar de mirarlo. Se gustaron de inmediato.
El comandante llamó a uno de sus súbditos llamado José Alberto “Pepín” Naranjo Morales y le ordenó que hiciera lo que fuera para que la jovencita estuviera en la cena y la velada de aquella noche en la escuela de Trinidad. Allí los presentaron, los dejaron solos y desde hace 54 años no se han separado. No pasó un mes y Dalita ya había quedado en embarazo de su primer varón, al que llamaron Alexis Castro Soto del Valle. Desconfiado como lo será hasta su muerte, Fidel no se casó de inmediato con la joven profesora ni la llevó al impenetrable Palacio Presidencial, pero si ordenó que ella se fuera de inmediato a vivir a La Habana, en el mismo barrio de Punta Brava, a solo 200 metros de la casa civil. Él la visitaba a escondidas en las noches y ella lo amaba en silencio durante el día. Dalita comenzó a vivir en una de las casonas españolas con chófer incluido quien hacía las veces de escolta y espía por si a ella le daba por voltear los ojos hacia algún aparecido. Pero el viejo Llanes, además de manejar el carruaje, nunca dio quejas de la cándida mujer.
Todo lo contrario sucedía con aquel hombre que apenas sin hablar seducía, pero que cuando hablaba hacía desmayar. Diez años antes Fidel se había casado con Mirta Díaz-Balart, una burguesa de la que se dejó encantar por los consejos de sus aduladores para “mejorar la raza”. Finalizando los cincuenta nació Fidelito Castro Diaz-Balart. Pero ese amor voló como cortina sin ventanas y Mirta y Fidelito terminaron viviendo con los “gusanos”, los opositores al régimen en Miami. Otro amor furtivo pasaría por las sabanas de la cama presidencial; Natalia Revuelta quedaría en embarazo de una niña a la que llamaron Alina Castro, pero que rebelde como su papá se fue en contra de su propia sangre, huyó a Miami, se cambió el nombre y hoy Alina Fernández es una de las mayores opositoras del régimen de la familia Castro.
Tuvo que haber un muerto para que se produjera el matrimonio. La mano derecha de Fidel Castro se llamaba Celia Sánchez Manduley, quien había estado en la guerra contra Fulgencio Batista y fue quien lideró como un hombre la red de campesinos. Era cinco años mayor que Fidel, pero por sus acciones se ganó el derecho a ser la secretaria ejecutiva del Consejo de Ministros y miembro especial del Partido Comunista Cubano. Sin embargo, en 1979 un cáncer de pulmón la tiró a la cama donde murió al cabo de seis meses.
Desamparado de voces femeninas Fidel decidió en los años 80 formalizar su relación con Dalia Soto del Valle y se casaron por lo civil en presencia de los cinco hijos varones de aquella relación. Sin embargo, tácitamente ella sabía que no podía salir junto al comandante ni en las fotos de balcón.
Los cinco hijos fueron bautizados con nombres que inician por la letra A: Alexis, Alex, Alejandro, Antonio y Ángel. El mayor tiene 54 años y el último 42. La leyenda dice que el comandante siempre quiso que sus hijos llevaran la letra A por su admiración a la vida del Alejandro Magno. Fue así como Dalita no se dedicó a ser la primera dama de Cuba, sino una consagrada ama de casa de la que se admira su paciencia y su poquísimo afán de figurar. La esposa perfecta para un dictador que tenía que hacer ver que hasta en el baño de su casa mandaba él.
Dando el ejemplo en Cuba ninguno de sus dirigentes han hecho de sus esposas a mujeres destacadas de la vida política del país. En los actos públicos ni generales, diputados, cónsules o dirigentes se dejan ver acompañados de sus esposas. Incluso, ni Raúl Castro, sucesor de la comandancia y Presidencia se le vio en actos de gran envergadura con su difunta esposa Vilma Espín. “Fidel es como como un jesuita que no puede prescindir de las mujeres, pero que no las quiere cerca de la parroquia”, cuenta uno de sus biógrafos.
Pero la edad no llega sola y la soledad es la peor de las condenas. Fidel un día amaneció con tanto desgano y tanta necesidad de ayuda que llamó a Dalita y le dijo que tenía que comenzar a hacer frente. Empezaron porque ella se hacia dos o tres filas atrás de dónde estaba el comandante; como sucedió en la marcha del 26 de julio del 2003, donde los fotógrafos la descubrieron y ella no tuvo otra que sonreírle a las cámaras. Le siguió la tarea de estar presente en cada té, recibimiento o cita de los mandatarios de todo el mundo que se quieren tomar la foto con el mítico Fidel, desde el expresidente francés Hollande hasta el propio Papa Francisco. “Dalita muéstrales el corredor, Dalita muéstrales el jardín, Dalita llama a la empleada para que sirva las bebidas, Dalita dónde está mi chaqueta, Dalita…”. Fueron cincuenta años de no mezclar a la esposa en los asuntos políticos pero a todos los comandantes se les acaba la pólvora y tienen que acudir a la inspiración de aquellas damas como Dalita, hasta para hablar con el Papa.
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Escrito por | Redacción TodoCuba
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